En todas las ciudades hay calles como esta. Pueden ser distintas en su nombre, forma, trazado y edificios pero en ellas empezamos a salir con los amigos, más allá del barrio donde vivíamos.
Hace treinta años no había telefónos móviles y el de casa tenía que pasar el filtro paterno, así que mejor ni tocarlo, pero siempre nos arreglábamos para quedar el fin de semana con los amigos. Por el mediodía en Peña Herbosa o calle Vargas y por la tarde en el Río de la Pila. En vacaciones todos los días en el Río de la Pila. El sábado por la noche la calle Panamá en El Sardinero. Eramos estudiantes y esa era nuestra vida social.
Era una época de amigos, ilusiones y cierta despreocupación. No se pensaba en el futuro, parecía algo difuso en la lejanía.
Fueron pasando los años y las modas también cambiaron. Cada vez se salía más tarde y la gente de más edad se movía en otros lugares, como la Plaza de Cañadío.
Los más veteranos poco a poco nos encontrabamos de bruces con la realidad. Novias, trabajos, otra ciudad. Los grupos se fueron disgregando y ahora a mucha de aquella gente sólo la ves cuando te la encuentras por la calle.
Ha tenido momentos de altibajos pero los jóvenes de ahora no la frecuentan tan asiduamente como antes. La mayor parte de los locales siguen abiertos, muchos han cambido de aspecto y dueños, pero ahí siguen.
La calle vuelve a resurgir poco a poco. Además de los establecimientos de hostelería antiguos y recientes, en los últimos años se han realizado obras como el funicular que la han dado mayor dinamismo.
Os animo a todos a volver de vez en cuando por vuestro Río de la Pila.
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